El ácido hialurónico es una sustancia que se encuentra en numerosos tejidos y órganos de nuestro cuerpo como, por ejemplo, en el tejido conectivo que sostiene la columna vertebral, en los cartílagos, en el líquido sinovial de las articulaciones o en nuestra epidermis.
Con el paso del tiempo, la presencia de esta sustancia disminuye notablemente, lo que produce, entre otras razones, el envejecimiento de la piel y, con ello, la aparición de arrugas, flaccidez o pérdida de firmeza.
Una de las principales propiedades del ácido hialurónico es su gran capacidad para atraer y retener el agua. Por este motivo, su empleo en tratamientos cosméticos de aplicación tópica permite rehidratar en profundidad la epidermis de la zona tratada para que su aspecto sea más terso y, al aumentar su grosor y volumen, disminuyan también los surcos de la piel.
Usos estéticos del ácido hialurónico
El ácido hialurónico fue descubierto en el año 1934, aunque su uso en la cosmética, por el que se hizo popular, no comenzó hasta mitad de los años 90. La aplicación de ácido hialurónico en los tratamientos de belleza y estéticos se debe a que su principal propiedad es la de aumentar el volumen e hidratación de la piel, haciendo que ésta luzca mucho más tersa y radiante.
Las arrugas y la flaccidez de la piel asociadas al paso de los años vienen determinadas en gran medida por la pérdida de hidratación, por la reducción del ácido hialurónico presente en nuestra piel y por la disminución de la capacidad de nuestro organismo para reponerlo.
En medicina estética, esta sustancia se inyecta en función de las necesidades de cada paciente para corregir los signos del envejecimiento. Las zonas más comunes en las que se aplica son:
- Contorno y comisura de los labios.
- Volumen labial y facial (pómulos).
- Arrugas labiales o peribucales (alrededor de la boca).
- Surcos nasogenianos (líneas de expresión que van desde a ambos lados de la nariz hacia la boca).
- Arrugas perioculares externas (patas de gallo).